jueves, 24 de septiembre de 2009

Especialistas o generalistas


Esta disyuntiva se presenta al pensar en el perfil que se desea tengan los egresados de los centros educativos. La tendencia durante la segunda mitad del siglo XX, es decir, prácticamente todo el periodo de masificación de la educación, fue hacia la formación de especialistas pues era el perfil demandado por el mercado de trabajo.

La especialización fue muy buena para los sectores económicos en desarrollo, ya que contaron con personal con alta capacitación técnica. Sin embargo, los resultados sociales de la generación de especialista fueron muy lamentables. Lo que los empresarios ganaron la sociedad lo perdió.

La educación tendiente a la especialización forma individuos que saben mucho de una porción muy pequeña del mundo. A mayor especialización la porción del entorno que se conoce se reduce a cambio de incrementar el conocimiento sobre esa cada vez menor porción del mundo. El resultado es economistas que sólo saben de economía, bioquímicos que únicamente entienden de esa rama de la química, etc. Individuos que de saber tan poco de todo lo ajeno a su formación profesional, resultan paradójicamente muy ignorantes y en consecuencia intolerantes, irresponsables y manipulables; en suma ciudadanos deficientes que, además, tienen serias dificultades para abordar la vida social, la familiar, la de pareja y, tal vez más importante, la interna (intima, psicológica, metal o espiritual). Excepto por el hecho de que, quizás logren conseguir un trabajo bien remunerado. Y esto, desde hace al menos 25 años, cada vez menos es una oportunidad real.

Una modalidad del debate sobre la opción de formar especialistas o generalistas, se presenta cuando se debe definir cuántos y cuáles temas o contenidos deben enseñarse o aprender los alumnos en un modelo educativo. Algunos educadores prefieren enseñar o propiciar que sus alumnos aprendan lo más que sea posible sobre una asignatura, pues de esta manera su formación será más completa y podrán comprender mejor la materia de estudio. Otros, en cambio, prefieren enseñar o que los alumnos aprendan un número limitado y selecto de tópicos sobre la materia de estudio, de manera que puedan dominarlos y profundizar en ellos para conseguir un aprendizaje de calidad.

La meta es la misma, la diferencia se encuentra en el cómo lograr que los estudiantes aprendan una disciplina: estudiándola a gran detalle o estudiando algunos aspectos muy relevantes. Con tono un tanto despectivo a la primera opción con frecuencia se le ha llamado “enciclopedismo”, para hacer énfasis en su propósito de “estudiarlo todo” sin dejar nada para después. El contra argumento se concreta a señalar que los otros quieren que se enseñe nada.

Hoy el debate continúa en relación a los modelos y en relación a cada asignatura: mucho o poco y desde que perspectiva.

La propuesta original del CCH se colocaba en el lado opuesto al enciclopedismo, es decir, se proponía formar generalistas, personas que conocieran un poco de muchas disciplinas, que tuvieran una visión panorámica del mundo y estuvieran en condiciones de interpretarlo para abordar con éxito su vida social, laboral, familiar, intima, etc. e incluso contarán con las herramientas apropiadas para transformarlo.

Obsérvese que la meta no es la formación de profesionales de alta calificación técnica (especialista) sino la formación de personas polifacéticas (para no decir integrales, como le encanta a los proyectistas educativos). En un caso se pone el acento en la vida laboral y en el otro no.

La creciente especialización provocó la subdivisión de las carreras, la creación de especialidades, diplomados, maestrías y doctorados. Cada paso es considerado como un peldaño superior en la formación técnica, pero paradójicamente cada peldaño reduce la capacidad o posibilidad del individuo de comprender su entorno. A menos que cuente con una formación general amplia y sólida, cosa que no es común.

La reforma del plan de estudios del CCH pretendió atender este aspecto al proclamar al CCH un bachillerato de cultura básica. La idea era o es, formar alumnos con una formación cultural amplia, o sea, que sepan un poco de muchas cosas, que puedan interpretar su entorno (para ello deben contar con las herramientas suficientes y apropiadas), interaccionar con él y eventualmente participar activa y responsablemente en su transformación. Si esto se lograra, la posterior formación tendiente a la super-especialización y orientada central o exclusivamente al ámbito laboral, no dañaría al individuo.

Vale aclarar que aunque la especialización excesiva deforma a las personas al convertirlas en autómatas ignorantes super productivos, el profundizar en un tema con frecuencia obliga a regresar a revisar el entorno a dicho tema, a manera de una espiral en crecimiento. Por ello no es extraño que algunos de los técnicos más especializados, una vez que alcanzan el nivel más alto de conocimiento en su campo, amplían su cultura de manera acelerada y con frecuencia exitosa.

Sin embargo, aun es frecuente escuchar expresiones tan lamentables como “de eso yo no se, yo sólo soy ingeniero”; no a manera de modesto reconocimiento de las propias limitaciones sino como cínica confesión de ignorancia e irresponsabilidad. También es frecuente escuchar que tal o cual aspecto que aparece como misterioso o incomprensible para una persona, lo manda a la caja negra de “eso es político”. O finalmente, que profesionales de gran calidad técnica, exitosos, tengan interpretaciones del mundo equivalentes a las de una persona con formación elemental.

Hay que reconocer que descuidar demasiado la formación para el trabajo puede convertir a los egresados en inútiles cultos.

Finalmente, independientemente de cuál de las opciones (generalistas o especialistas) sea preferida como resultado final del proceso educativo, para la educación básica y en particular para el bachillerato es más pertinente una amplia cultura general, que sirva de base a la formación para el trabajo e impida la deformación de la personalidad por excesos en la especialización.

En tal caso, es improcedente la insistencia en que los alumnos deben aprender a hacer (además de aprender a aprender y aprender a ser), como parte de las prioridades de bachillerato, al menos en el sentido de preparación para el trabajo.


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